[..] Un maestro de dzogchén enseña a sus alumnos a vivir sin leyes,
en base a la espontaneidad del estado de Rigpa o Verdad,
o si éste no está manifiesto,
a la llamada «presencia de la conciencia responsable» 
(cfr. el apéndice 
«El espejo: un consejo sobre la presencia y la conciencia responsable», 
en Norbu, Namkhai, 1986, español 1996, 
El cristal y la vía de la luz; Barcelona, Kairós)
Los señalamientos y afirmaciones de un maestro de dzogchén
surgen para romper en sus alumnos los límites
establecidos por la valorización-absolutización delusoria de los pensamientos,
que constituyen una cárcel mental,
y no tienen por objeto establecer un punto de vista filosófico
acerca de la realidad ni una serie de normas a seguir 
(de modo que muy bien puede ilustrárselos con las respuestas
que el maestro ch’an Ta-chu Hui-hai
dio a un maestro del tripitaka que intentó ridiculizarlo;
cfr. la nota 32 a la parte II de este libro). 
Sin embargo,
los discípulos no realizados del maestro transforman en ley todo lo que él dice
a fin de librarlos del aferramiento a las leyes y,
en general, permitirles superar la valorización-absolutización delusoria
—como presos que usaran las enseñanzas de alguien
que se hubiese introducido en la cárcel a fin de liberarlos,
para establecer un «culto de prisión»
que impidiese que nadie más se escapara de la cárcel. 
Un verdadero alumno no es un ciego,
y un verdadero maestro no es un perro para ciegos;
el verdadero maestro hace que los alumnos vean,
de modo que no dependan de él o ella, 
y el verdadero alumno es el que logra ver.
Si un maestro se comporta como un perro para ciegos 
es porque él o ella no ve —y,
cuando un ciego guía a otros ciegos, 
él y ellos caen juntos al abismo. [..]
Nota 182. Parte I. Budismo